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jueves, 13 de noviembre de 2008

Una promesa rota



Y sentí miedo. Yo, la que siempre daba la cara, la que decía las cosas como las pensaba, la que parecía fuerte, esa que todos creíais que no lloraba. Sí, yo sentí miedo. Y fue por ti. Maldito seas. Me has hecho ver que soy humana. Has hecho ver a la gente que tengo corazón, que soy una persona vulnerable, y todo por tu culpa.

Sandra estaba de risas con sus amigos en un bar de su barrio. Su novio, al que le apasionaban las carreras, le había prometido que no volvería a arriesgar su vida haciendo apuestas arriesgadas, así que estaba tranquila. De repente sonó su móvil, un número desconocido.

-¿SÍ?- contestó ella, extrañada.

-Ven a la recta de las afueras, justo antes de llegar a la rotonda. Javier va a participar, contra Luis- le dijo una voz que le sonaba, debía de ser el amigo de Javi.

-¿Qué?- a Sandra le vino a la cabeza el precipicio que había justo al lado de esa glorieta y presintió que algo malo iba a pasar. Todos sus amigos le preguntaron qué le pasaba, pero ella balbuceó y marchó corriendo. Cogió su moto y se dirigió al lugar indicado. Llegó justo antes de comenzar la carrera. Javi la vio, la miró fijamente y arrancó a toda marcha. A Sandra eso le dolió muchísimo. ¿Cómo podía hacerle esto? Se lo había prometido… Un instante después, se oyó el choque. Había sucedido un accidente. Justo después reinó el caos. Coches marchándose para que nos les parara la policía, personas llamando ambulancias…Y ella sólo se quedó allí, quieta, paralizada. Vio a Luis con las manos en la cabeza y su coche en perfecto estado. Javier no estaba por ninguna parte. Había caído por el terraplén abajo.

Horas después Sandra estaba todavía en el hospital, en la sala de espera. La madre de Javier salió y le recomendó que se fuera a casa. Pero Sandra no quiso. Se quedó allí hasta que estuvo fuera de peligro y trasladado a una habitación. Entró silenciosa a la habitación, le miró fijamente. Estaba con los ojos cerrados, con algunas heridas leves en la cara, rasguños. Gracias a Dios que no le había pasado nada… Javier abrió poco a poco los ojos y le sonrió. Sandra sólo le devolvió la sonrisa. Cuando Javier, cansado, volvió a dormirse, Sandra le dio un beso en los labios y, con lágrimas en los ojos, posó el anillo que él le había regalado en la mesita del hospital. Susurró un “te quiero” y se fue, con la mano en la boca, intentando controlar el llanto. Fuera estaban sus amigos, que la abrazaron, extrañados de verla llorar por primera vez. Poco después se fue a su casa, sola…Por mucho que le quisiera, parecía que no era correspondida con el mismo fervor, si no, él no habría roto su promesa.

Javier despertó a la mañana siguiente, con la mente un poco más despejada. Se acordó de haber visto durante un instante a Sandra y sonrió. Su ángel no le había abandonado, ella le había sonreído. Giró la cabeza y vio el anillo encima de la mesita. Se quedó de piedra. No podía ser. ¿Por qué lo había hecho? No lo sabía ni él, sólo sabía que había perdido a la mujer que quería e iba a ser difícil reconquistarla.

jueves, 6 de noviembre de 2008

*asturgalaicas*


La mujer se sobresaltó. Agarró el puñal con más fuerza y se puso en guardia. Todos sus sentidos estaban muy agudizados. De su abuela había heredado la brujería celta y se sentía orgullosa de ello, por lo que estaba todavía más en contacto con la naturaleza. Cuando quería y se concentraba lo oía casi todo. Hasta el caer de las hojas en otoño. Por eso, cuando escuchó un chasquido entre los arbustos, Kara se quedó parada, quieta, alerta. Justo se dio la vuelta en el momento en que un jabalí corría hacia ella, con el propósito de embestirla. Kara saltó hacia un árbol y se tiró rápidamente encima del animal salvaje, al que mató con su espada corta y su puñal. Era cazadora. Desde pequeña había sido entrenada, por mandato de su padre y permiso de su madre, para defenderse, protegerse, a ella y a su pueblo, y para cazar. Sabía cómo matar. Pero todo se había vuelto del revés cuando asesinaron a sus padres, sus propios tíos, para que su tía se hiciese jefa de tribu…siempre y cuando también se deshicieran de ella, única y legítima heredera de su madre. Por eso se marchó de Luggones y decidió vivir en cualquier otra parte. Sobreviviría, de eso estaba segura. Sus padres se habían encargado de ello.

Estaba anocheciendo, así que encendió una hoguera y colocó su manta sobre el duro suelo, en un claro del bosque. Se apoyó contra una roca y miró pensativa la manera en que el fuego crepitaba. Veía formas, figuras, situaciones. Muy borrosas. Además, no quería ponerse a pensar en lo que podrían significar. Ya tenía bastantes problemas en que pensar como para ponerse a intentar averiguar lo que le decían las llamas. Se tapó con la enorme manta y cerró los ojos, aunque sin dejar de estar alerta por si la noche le guardaba algunas sorpresas.

De repente todo cambió de forma. Ya no estaba en el duro y frío suelo del claro de un bosque. Se encontraba en la ladera de una montaña. Casi toda roca, bastante escarpada. Aunque Kara sabía escalar perfectamente, debajo de su sandalia de cuero una roca se desprendió e hizo que resbalara y quedara agarrada por un saliente en una roca, colgando a unos diez metros de altura. En la caída se había golpeado con la piedra y se había golpeado en varios lugares de su cuerpo, dejándola dolorida y con menos capacidad para poder subirse al saliente en condiciones. Cuando estaba a punto de caer pendiente abajo, unas manos pequeñas pero fuertes y ágiles la sujetaron y poco a poco la ayudaron a subir al saliente sana y salva. Miró a la cara de su salvador. O mejor dicho salvadora. Todo comenzó a girar y Kara despertó sobresaltada, de vuelta en el bosque, de noche, con la hoguera ya apagada. No pudo menos que preguntarse si lo que había soñado había sido una de sus predicciones. Lo más raro es que cuando en su sueño estaba casi a punto de caerse y matarse, no tenía miedo, sabía que alguien la ayudaría. Y cuando vio la cara de su salvadora no la consideró extraña, es más, les sonrió. Aunque Kara, en este preciso instante, no conociera a ninguna mujer con esa cara. Por lo tanto, su sueño había sido una predicción de futuro. Parece que no iba a estar sola. Iba a tener compañía, al parecer.

Kara se volvió a recostar, con el ceño fruncido. La cabeza le daba vueltas una y otra vez. No podía dejar de pensar. Entre sus tíos, estar pendiente de que ningún animal salvaje la atacara y la predicción de su sueño…decididamente no podría dormir en condiciones.

A la mañana siguiente recogió sus cosas y las metió en el saco que llevaba de viaje. Y emprendió el camino hacia su nueva vida, su nueva libertad. Se dirigía a occidente, hacia donde se ponía el Sol. Tendría que atravesar esas montañas escarpadas, en algún momento. Se preguntaba cuándo se encontraría con la mujer que conocería en ese futuro próximo. Y en qué circunstancias.



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Ya sabes lo que tienes que hacer, Lacor. Continúa. Un beso nene.




martes, 4 de noviembre de 2008

Silencios que hablan


Hay silencios que necesitan ser escuchados, al igual que hay palabras que deberían ser silenciadas. Hay veces en que simplemente necesitas que alguien te pregunte “¿qué te pasa?” aunque tú no le vayas a contar realmente lo que te ocurre, necesitas saber que alguien se ha preocupado por ti, que te ha notado mal, que sabe que no eres el mismo de siempre. Hay veces en que te das cuenta de que todo el mundo piensa que eres fuerte, que no necesitas que te digan “no te preocupes, todo saldrá bien” o simplemente que se sienten al lado tuyo, mientras aguantas las ganas de llorar, que se siente y te apoyen, que escuchen tu silencio, que comprendan tu alma y tu tristeza.

Eran las diez y media de la mañana de un lunes, acababa de salir de un mal examen, había tenido problemas el fin de semana con mi novio, mis amigas y amigos ni siquiera me habían preguntado qué tal estaba. Me senté en mi silla de siempre, con la cabeza gacha, pues no me apetecía andar con la cabeza alta ese día. Nadie se sentó a mi lado. Los compañeros que siempre se sentaban y se reían conmigo cuando tenía un buen día hoy se habían sentado en otro sitio totalmente alejado de clase. Qué muestra de amistad. La ironía y el sarcasmo me invadieron irremediablemente. Resultaba irónico para mí que siempre estuviera dispuesta a escuchar y dar consejos a mis amigos sobre todo, a dejarles mi hombro para llorar y acariciarles la cabeza en sus momentos malos…pero que eso yo no lo tuviera. Porque tengo que ser yo la que cuente algo, y si lo cuento, se quedan callados, mirando, como si estuvieran en otro mundo, no preguntan. Simplemente tendría que haberme dado cuenta antes de que no querían escucharme. Así de fácil, así de duro. Así es la vida.

Hoy es un día bajo. Uno de esos días que me apetece ir a casa diciendo que me encuentro mal. Llegar, darle un beso a mi madre y meterme en la cama. A llorar, a hablar sola o simplemente a cerrar los ojos y dormir. Dormir tranquila. Pero no lo voy a hacer. Me quedaré en esta clase. Callada. Esperaré a que termine la jornada de colegio. Callada. Cuando me quieran hablar les contestaré concisamente, como si estuviera callada. Pues no les voy a contar nada, ya que no quieren saber nada de mí. Hoy es un día duro, y por eso todo es gris. Pero no pierdan la esperanza, puede que mañana sea un día de color amarillo, o violeta, o rosa quizás, y entonces podré contaros lo dichosa que me siento.