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miércoles, 3 de marzo de 2010

Tonta enamorada


Querido Diario,

Siempre he querido saber cómo sería tener una relación normal, una pareja, un chico, un novio. Al mismo tiempo, reconozco, cuando tenía cerca la posibilidad, me encerraba en mí misma y echaba por la borda todos los buenos momentos pasados junto a ese chico que, quizás, quería algo más conmigo. Soy la primera en reconocer que, bueno, sí, soy extraña. Vale, muy extraña. Cuando no tengo algo, lo quiero, y cuando parece que lo tengo, deja de interesarme. Esto me pasa generalmente y me siento muy mal por ello.

Pero ahora...Oh, Señor, no sé cómo ha podido pasar. Sí es verdad que se me ha acelerado el corazón muchas veces, y no por ello me he considerado enamorada. Pero es que esta vez deseo que sea verdad, deseo que salga bien. Ansío una oportunidad. Ruego por ella. No me hago ilusiones, porque parece que a mí en estos temas todo me sale mal, pero hay una parte de mí, la ilusa, la tonta, la soñadora, que imagina lo que sería una relación con él.

Siempre he deseado que me hagan callar con un beso, que me "rapten" un día y me lleven a un lugar que parezca sacado de un libro de Perrault, que me miren con ese brillo en los ojos, que me cojan de la cintura y me abracen fuerte, que me den calor cuando más frío hace, que me consuelen cuando mis ojos se hayan cansado de llorar. Me encantaría experimentar los altos y los bajos de una relación. Arriesgarme, ser yo misma. Sentirme querida, apoyada...

Mañana me convenceré a mí misma de que no necesito nada de esto, volveré a ser la chica dura y fuerte. Pero hoy...hoy voy a ser la chica que desea todo eso y más. La que está cansada de sentir un espacio vacío a su alrededor, en lugar de estar ocupado por alguien más. Hoy voy a ser la chica que le da una oportunidad al romance, al amor...o a lo que sea. Hoy me gustaría ser una tonta enamorada.

viernes, 26 de junio de 2009

Misterioso caballero


La niña se despertó cuando ya el sol era apenas un recuerdo. Estaba todo oscuro, las cortinas de color verde esmeralda echadas, la puerta cerrada y ella en medio de aquel cuarto tan grande sintió miedo. La chiquilla sabía que los monstruos no existían pero en la oscuridad siempre pasaban cosas malas por eso las niñas buenas no salían de noche.
Una muchacha joven entro en el cuarto, llevaba un vestido viejo y ajado, portaba una vela casi consumida. Se acercó a la niña, reunió toda la valentía que pudo y se lo dijo, quería ser ella la primera en decírselo.
- Joven Sábela lo siento mucho- la doncella se echó a llorar sin razón aparente, Sábela supo en ese instante que a su madre le había pasado algo fatal.- tu madre...
- Déjalo Marina- la niña aguantaba las ganas de llorar, ella era digna hija de su padre.- déjame soñar que veré a mi madre al día siguiente. Por favor.
Marina asombrada por las palabras de su joven dama se fue. La madre de la chiquilla murió en el parto con terribles dolores. El bebe que había sido un niño, el heredero tan ansiado por su padre, no sobreviviría a la semana.
Dos días después Sábela fue nuevamente avisada que su hermano había fallecido. En esa ocasión tampoco lloró. Su padre sólo era la sombra del hombre que un día había sido. El gran amor que profeso a su esposa lo estaba consumiendo. Se apoyaba en su hija mayor, Carina de 15 años. Con ella daba largos paseos y hablaban del pasado. Sábela los veía desde su ventana, se sentía sola, abandonada por los seres que más quería.
Los años fueron pasando y Carina se convirtió en una joven casadera. El cariño con su padre había crecido y la educaron para ser la dueña y señora del castillo. Mientras tanto Sábela que había cumplido 16 años era olvidada por todos los habitantes del feudo. Su padre apenas la miraba, se parecía demasiado a su madre. Carina se convirtió en una mujer altiva y egoísta donde en su corazón no había sitio para la hermanita tan necesitada de cariño.
Sábela se escapaba por las noches en su yegua Tenebrosa buscando la luz de la luna. Odiaba la oscuridad, las habitaciones cerradas y los lamentos de su padre cuando se iba acostar demasiado bebido. En lo que alguna vez había sido su hogar ya no se sentía a gusto.
Una noche vio a un hombre joven, alto, de anchos hombros y porte majestuoso. No sintió miedo como debería dado el caso. Estaba acostado junto a una fogata para calentar su entumecido cuerpo. Sábela se acercó, era curiosa por naturaleza.
- ¿Qué hacéis en los terrenos del Barón Manchego?- Digo con voz autoritaria como había escuchado multitud de veces a su hermana.
El hombre se levantó de un salto portando una pesada espada. Se le veía aterrados pero Sábela tampoco sintió miedo.
- ¿Cómo osáis...- a ver ala mujer que tenía delante las palabras se le escaparon. Parecía una hada. Un hada con ojos fieros y cabellos revueltos pero hada al fin y al cabo. Con voz imponente preguntó- ¿Quién sois vos bella dama?
- Creo que eso lo debería preguntar yo ya que usted es el intruso.
- No os puedo revelar mi nombre.- su mirada se nubló.
- ¿Sois un asesino?
El hombre se echó a reír con semejante pregunta. La mujer tenia arrojo.
- He matado pero siempre para defender mi vida. Pero estate tranquila no tengo intención de ofrecer más vidas a los dioses.
- Me puedes llamar Sábela. ¿Cómo debo llamarte misterioso caballero?- mientras formulaba la pregunta sentó a su lado.
- Puedes llamarme como usted prefiera ninfa de los bosques.- La miraba con ojos tiernos pero con un brillo de depredados que a Sábela le gustó.
Sábela y el misterioso caballero se encontraron en multitud de ocasiones en donde ninguno desveló su identidad. El caballero le enseñó a manejar una espada tras la insistencia de la bella dama. Mientras Sábela le contaba historias de hadas y grandes luchadores celtas. Pronto se convirtieron en amantes. Las palabras de amor endulzaban el oído de la muchacha mientras que el caballero se recuperaba de las heridas de su corazón.
En una de las escapadas de su hermana Carina la siguió y descubrió a los jóvenes amantes. Ella reconoció al misterioso caballero. Era Fernando del Castillo heredero desaparecido del poderoso condado de Vilagarcia. Sintió envidia por su hermana. Por ello trazo un plan. No permitiría que la niñata se quedará con su principito.
Corrió hacia el castillo mientras los enamorados abrazaban.
- Padre, padre- gritó la envidiosa hermana.- Sábela está en el lago coqueteando con un traidor a la corona.
- ¿Qué dices niña dorada?- el hombre estaba medio entumecido por el sueño pero cuando hubo escuchado la explicación de su hija predilecta se levantó de un salto y cogió su espada dispuesto a remediar ese caos.

Mientras se vivía un caos en el castillo Sábela estaba feliz. No había preocupaciones ni desprecios. Sólo era una joven en brazos de su enamorado. Pero quería saber quien era él. Le había dicho que era un guerrero y por sus maneras sabía que era noble.
- Por favor decidme quien eres.- rogó.
- Si te lo dijera ya no jamás me amarías. No puedo chiquilla.
- Tu bien sabes quien soy yo. Sé que eres un noble, guerrero diestro y por algún motivo huido. Decidme que es eso tan monstruoso que borraría mi amor por vos.
- Yo...
En ese momento su padre apareció ante ellos con una furiosa mirada.
- Chiquilla lujuriosa apártate de este traidor. Te mataré por tamaña afrenta.
El Barón iba directo hacía su hija para darle una buena tunda por su actitud desvergonzada.
Fernando se levantó presto y se dispuso delante de su amada para defenderla de todo mal.
- No osareis tocarla Barón. No juguéis así delante de un traidor como afirmáis.
Sábela estaba sorprendida. Un traidor no lo podía creer. Las lagrimas, que no derramó por la muerte de sus seres queridos o la soledad de sus años de adolescente, aparecieron finalmente.
- Explicaos Fernando, ya que ese es tu verdadero nombre.- exigió Sábela.
- Me llamo Fernando del Castillo. Indigno hijo de Luis y Sandra del Castillo. Guerrero temido en batalla y noble disoluto en la corte. Se me acusa de espía para los franceses. Y no pido perdón por ninguno de esos cargos.- su mirada era feroz, su voz dura e impasible.
- He escuchado tu historia en multitud de ocasiones. Aunque no de esa manera.- Dijo Sábela con el corazón roto.
Fernando la agarro por los hombros y sacudiéndola le grito.
- Tu que sabes chiquilla mimada. Nunca podremos estar juntos. Soy un condenado sin honor.
- Sábela vete con tu hermana a casa. Ya has avergonzado a la familia suficiente- Ordenó el barón.
- Sí padre.- volviéndose Sábela dijo.- Yo me enamoré del misterioso caballero, el que no tenía tierras, ni nombre solo su ofrecía su amor. Eso me bastaba.
Dicho esto la joven fue a montar a Tenebrosa. Pero algo se lo impidió. Un fuerte brazo.
- No, no te vayas. Escapémonos juntos bella dama. No soy hombre digno de ti pero todos los días que nos deparé la vida haré de tu vida dichosa.
El barón viendo el amor que se profesaban los amantes. Se acordó de su bella esposa y el amor que sentía por ella aún después de tantos años. También se dio cuenta del trato que la había dado a su hija y se sintió avergonzado. Pero podría hacer algo por ella aunque fuera tan tarde.
- Hija mía vete si es a él a quien amas.- Mientras que por su rostro corría sendas lagrimas- Perdona por el trato que te di. Quiero que seas feliz. Eres tan parecida a tu madre. Yo no podía aguantar ver que mi querida esposa se había ido. Pero estaba errado te dejó a ti.
- Padre yo...- el abrazo de padre e hija por fin fue dado sin sombras tenebrosas.
Carina viendo todo eso en la distancia se sentía humillada. Pero se dio cuenta de su derrota.
Sábela se fue con su amor.
- Siempre te amaré misterioso caballero.- dijo Sábela al pie de la sepulcro de Fernando.

Llevaron una vida dichosa recorriendo mundo. Ya nunca temió la oscuridad y tras 50 años la muerte se llevó a Fernando. Sábela volvió con su hermana. La belleza de ambas damas no se había mitigado con el paso de los años.
Carina al verla se abrazó a su querida hermana. Con los años había descubierto sus fallos y ahora solo ansiaba el perdón.
- Lo siento tanto hermanita. Nunca te protegí del dolor.
- No pasa nada Carina. Siempre supe que de una manera o otra me querías.
Sábela murió a los pocos años rodeada de hijos, nietos y bisnietos. Nunca volvió sentir la soledad. La enterraron junto a su gran amor y en la lapida pusieron:
“Aquí descansan dos amantes,
que nunca se doblegaron ante
la injusta autoridad”

domingo, 15 de marzo de 2009

Amante furtiva




-¿A las ocho? Vale, me viene bien…- cuelgo el teléfono y llamo corriendo a mis amigos para decirles que no podía salir con ellos. Ni siquiera me paré a pensar si les iba a parecer mal o no, cuando él me preguntó si podía quedar le dije que sí automáticamente, no cabía en mi vocabulario la palabra “no”.

Ocho de la tarde. Por fin le veo. Hacía tanto que no nos veíamos…Como si fuéramos dos amigos del pasado, nos vamos a un bar y tomamos algo. Luego, sin consultarlo el uno con el otro vamos a donde siempre, nuestro pequeño motel. A la misma habitación de siempre. ¡Cuántos recuerdos, qué dulce es cada momento que paso al lado de él! Sin duda puedo decir que estoy loca y perdidamente enamorada. Pasamos unas horas juntos, luego, como siempre, todo se enfría y él recoge sus cosas para marcharse. Eso sí, me colma de atenciones y de besos. Me llena los oídos de promesas de llamadas en un breve período de tiempo. Y yo sonrío y en mis ojos brilla el amor y la esperanza.

Pocos días después paseo por la calle, con el recuerdo de su tacto y de su sabor, todavía con su voz cantándome al oído. Es entonces cuando le veo. Cogido de la mano va con su novia, que lleva la cabeza alta y sonríe orgullosa. Ella no tiene que esconderse, ella le tiene ahí. Es entonces cuando llega el dolor en mi corazón, como me pasa siempre que les veo. Por supuesto, lo disimulo bien. Él me ve, él la mira, y sigue andando hacia delante, como si no me conociera. Es así y yo lo sé. Pero, aunque sé que esto me está matando, sigo esperando la llamada que él me ha prometido. Sigo deseando meterme con él entre las sábanas. Sigo siendo la misma tonta enamorada de todos los días.

No voy a ser hipócrita ni me voy a mentir a mí misma. Sé que esto no se me va a pasar. Por eso no le intento poner remedio. Eso sí, algo tendrá que cambiar. Puedo aguantar el dolor, aunque sea tan profundo. Lo que no puedo soportar es el sentirme tonta. Sé que lo soy por seguir detrás de él, pero no quiero sentirme así.

-¿A las ocho? Donde siempre…Sí, claro que puedo- cuelgo el teléfono con el corazón rebotándome con fuerza en el pecho. Como siempre le digo que sí sin pensarlo dos veces y me voy a su encuentro.

Ocho de la tarde. Por fin le vuelvo a ver. Le echaba tanto de menos…Esta vez nos vamos directos al motel. Lo siento todo aún más fuerte. Hay más caricias, más pasión, incluso puedo oler el amor en el aire. Le quiero tanto…Hasta él se da cuenta de que esta vez algo es distinto. Todo es más ansiado, los dos estamos ávidos el uno del otro. Horas más tarde, me levanto de entre las sábanas arrugadas. Me visto sin prisa, pero sin pausa. Recojo mis cosas y voy hacia la cama. Él me mira extrañado, asombrado de que sea yo la que se va antes esta vez. Yo le sonrío de lado y le beso suavemente en los labios. Le susurro un “te quiero” y me doy la vuelta sin mirar atrás. Los dos supimos lo que eso significaba, el final de algo bello quizás, una despedida. Salgo de la habitación con el corazón destrozado, pero por lo menos he podido recuperar algo de mi orgullo. No soy yo la que se ha quedado por última vez sola en una habitación de motel. No soy yo, es él.



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Un besito a todos.

sábado, 28 de febrero de 2009

Etapas del marchitamiento de una amistad.


Primero te molesta. Frunces el ceño, intentas llamar su atención. Pero se te pasa enseguida, te dices que es una tontería, que no importa. Es, ante todo, tu mejor amiga, y es normal que te moleste que te preste menos atención a ti, aunque te convences a ti misma de que estás exagerando, de que ella confía en ti y siempre te es sincera.

Luego te enfadas. Sí, tienes un mal día y ella no te pregunta qué es lo que te pasa. Ella se lo pasa bien riéndose con otras personas. Te enfadas mucho, ella te pregunta algo y tú le contestas mal. Entonces es ella la que se enfada. Aún así, pasa el tiempo y un día, por una broma en común, vuelves a reirte con la que sigue siendo tu mejor amiga. Al fin y al cabo, tanto tiempo juntas cuenta, ¿no?

Lo próximo que viene es la indignación. ¿No ha servido de nada haberte enfadado con ella? Ella ni siquiera se ha dado cuenta. Para ella sólo fue un enfado más, un capricho tuyo. Sigue todo igual. Muchas palabras pero pocas acciones. ¿Últimamente ha hecho algo especial por ti? Se ha olvidado de ti en ocasiones, creyendo que no importa porque son muchos años de amistad. No, esto es como el amor, no se puede dar por supuesto. Siempre hay que estar renovándolo, como el carnet de identidad.

Siguiente paso, la decepción. Llega el triste momento en que te das cuenta de que no puedes hacer nada. No puedes ir a decirle todo lo que te pasa por la cabeza, pues se va a sentir atacada, se pondrá a la defensiva y acabaréis peor. Tampoco puedes seguir como hasta ahora, siendo tú la que pone más interés, la que da más en esa amistad. Tomas la importante decisión de dar lo que tú estás recibiendo. Sonríes, bromeas, pareces contenta y feliz...pero estás triste por dentro. Ya no tienes esa gran ilusión por esa amistad que iba a durar toda la vida.

Un día de soledad, esos días fatídicos en los que tienes precisamente demasiado tiempo para pensar, buscas en tu interior y notas el gran vacío que esa amistad está dejando. Esperas a que, por un milagro del cielo, se vuelva a inflar y puedas volver a sentirte llena, feliz. Quieres seguir teniendo esa cosa tan grande a la que te aferrabas cuando discutías con el mundo entero, pero no con tu mejor amiga. Quieres sentir esperanza, aunque poco a poco pequeñas cosas van disolviéndola, poco a poco.

Como una planta cuando sus hojas empiezan a marchitarse, esperando algo de luz y de agua... esperas tú a que, como sólo ocurre en las películas, venga esa persona tan especial para ti y te haga renacer, te haga resurgir. Que te haga volver a sonreir, pero una sonrisa especial. Esa sonrisa destinada solo a tu mejor amiga.

jueves, 1 de enero de 2009

un final feliz

Copas. Tintineos. Brindis. Felicitaciones. Bailes. Alegría. Sonrisas. Saltos. Alcohol. Esperanzas. Proposiciones...

Eran las doce y un minuto de la mañana del día uno de enero del 2020. Todos los habitantes de la Península estaban celebrando el Año Nuevo, acabando de tragarse las uvas, bebiendo champán, sidra... No todo el mundo. Yo me ahogaba en un pozo sin fin de tristeza y amargura. Tenía la sustancia exacta que me haría abandonar este mundo cruel y amargo para mí, y lleno de felicidad para otros. Miré el bote de pastillas con una media sonrisa y bebí a morro de la botella del mejor champán que había en la tienda.

¿Podría haber peor castigo que la soledad? No lo había pensado hasta ese preciso momento, en el que me encontré el último día de año, al igual que en Nochebuena, sola, sin familia ni amigos. No es que me faltara nada imprescindible para vivir, no crean que soy una pobre vagabunda sin casa. Tengo un empleo, una casa y un buen sueldo. Pero falta lo que le da vida a las buenas condiciones. Falta la compañía. Me falta al menos una persona que me abrace y me pida que pase con ella ese día, que celebre con ella el primer día el año nuevo. Me falta gente que me envíe un mensaje picante deseándome unas felices fiestas. Parece una tontería. Bueno, no lo es para mí. Y como soy yo la que decide lo que hacer con su vida, yo he decidido que no me merece la pena seguir aquí.

Apreto con fuerza el bote con las pastillas de mi salvación y vuelvo a beber. De repente veo a un hombre sentado en un banco, con las manos sujetando su cabeza y una botella de ron acompañándole. Puedo esperar a morir unos minutos, así que me acerco a él y me siento a su lado. Sin importarme lo que piense de mí, pues sé que mañana no estaré aquí para saber lo que dirán de mí, comienzo a contarle mi triste vida. Fue entonces cuando él, sin opinar sobre mis desgracias, comenzó a contarme las suyas. Y fue entonces cuando yo me sentí miserable por despreciar mi vida, que al compararla con la de él parecía, al menos, pasable. Yo no tenía a nadie, y por eso no sufría por nadie. Él había perdido a su familia en un accidente de coche. Tiré el bote de pastillas al suelo y sujeté mi cabeza como lo hacía él.

Lloré por mí, lloré por él...y en el mismo instante en el que saboreaba una de mis lágrimas de sabor salado me di cuenta de que, al fin y al cabo, no había pasado el primer día de mi nuevo año sola. Pues decidí, en ese instante de lucidez, que viviría. Al igual que él. Lucharía por esta vida que me dieron...aunque sufriera por el camino. Sería demasiado fácil rendirme...En vez de vivir una aventura con, eso espero, un final feliz.

martes, 2 de diciembre de 2008

Si yo pudiera...




Si pudiera ser un cielo, sería tu cielo
Si pudiera ser tierra, no sería la que tu pisaras
Si pudiera ser un mundo, sería tu mundo
pero no sería tu mundo amigo, pues de ti
no espero amistad, sino algo más...

Si pudiera volar, sobrevolaría océanos
y visitaría tierras, solamente para poder
encontrarte, entre multitudes y personalidades
para distinguirte entre la variedad de caras
y reconocerte como mío.

Si pudiera ser un ángel, sería tu ángel
pero no esperes que sea yo quien te
busque otro amor que no sea el mío.

Si pudiera ser cometa, dejaría que tu me guiaras
y me agarraras fuerte, porque sé que
de vez en cuando me dejarías volar con el viento
fresco y, aunque eso no sea completa libertad,
yo sería feliz de volver a ti, amarrada a ti.

Si yo pudiera, verte la cara, tocarte, besarte...
aunque sólo fuera por un instante
aunque sólo fuera para asegurarme de que
algún día llegarás, te conoceré y viviremos
amándonos para siempre.

Si yo pudiera... pero de momento no puedo
así que sólo me queda mirar adelante y vivir,
aunque, secretamente, seguiré esperándote
y seguiré, a pesar de todo, pensando en ti.
Si yo pudiera ser un sueño...

jueves, 13 de noviembre de 2008

Una promesa rota



Y sentí miedo. Yo, la que siempre daba la cara, la que decía las cosas como las pensaba, la que parecía fuerte, esa que todos creíais que no lloraba. Sí, yo sentí miedo. Y fue por ti. Maldito seas. Me has hecho ver que soy humana. Has hecho ver a la gente que tengo corazón, que soy una persona vulnerable, y todo por tu culpa.

Sandra estaba de risas con sus amigos en un bar de su barrio. Su novio, al que le apasionaban las carreras, le había prometido que no volvería a arriesgar su vida haciendo apuestas arriesgadas, así que estaba tranquila. De repente sonó su móvil, un número desconocido.

-¿SÍ?- contestó ella, extrañada.

-Ven a la recta de las afueras, justo antes de llegar a la rotonda. Javier va a participar, contra Luis- le dijo una voz que le sonaba, debía de ser el amigo de Javi.

-¿Qué?- a Sandra le vino a la cabeza el precipicio que había justo al lado de esa glorieta y presintió que algo malo iba a pasar. Todos sus amigos le preguntaron qué le pasaba, pero ella balbuceó y marchó corriendo. Cogió su moto y se dirigió al lugar indicado. Llegó justo antes de comenzar la carrera. Javi la vio, la miró fijamente y arrancó a toda marcha. A Sandra eso le dolió muchísimo. ¿Cómo podía hacerle esto? Se lo había prometido… Un instante después, se oyó el choque. Había sucedido un accidente. Justo después reinó el caos. Coches marchándose para que nos les parara la policía, personas llamando ambulancias…Y ella sólo se quedó allí, quieta, paralizada. Vio a Luis con las manos en la cabeza y su coche en perfecto estado. Javier no estaba por ninguna parte. Había caído por el terraplén abajo.

Horas después Sandra estaba todavía en el hospital, en la sala de espera. La madre de Javier salió y le recomendó que se fuera a casa. Pero Sandra no quiso. Se quedó allí hasta que estuvo fuera de peligro y trasladado a una habitación. Entró silenciosa a la habitación, le miró fijamente. Estaba con los ojos cerrados, con algunas heridas leves en la cara, rasguños. Gracias a Dios que no le había pasado nada… Javier abrió poco a poco los ojos y le sonrió. Sandra sólo le devolvió la sonrisa. Cuando Javier, cansado, volvió a dormirse, Sandra le dio un beso en los labios y, con lágrimas en los ojos, posó el anillo que él le había regalado en la mesita del hospital. Susurró un “te quiero” y se fue, con la mano en la boca, intentando controlar el llanto. Fuera estaban sus amigos, que la abrazaron, extrañados de verla llorar por primera vez. Poco después se fue a su casa, sola…Por mucho que le quisiera, parecía que no era correspondida con el mismo fervor, si no, él no habría roto su promesa.

Javier despertó a la mañana siguiente, con la mente un poco más despejada. Se acordó de haber visto durante un instante a Sandra y sonrió. Su ángel no le había abandonado, ella le había sonreído. Giró la cabeza y vio el anillo encima de la mesita. Se quedó de piedra. No podía ser. ¿Por qué lo había hecho? No lo sabía ni él, sólo sabía que había perdido a la mujer que quería e iba a ser difícil reconquistarla.