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domingo, 19 de octubre de 2008

Cómo cambia la vida.

Tenía que besarle. Ese era mi trabajo. Aunque no me gustara nada de nada en ese momento. Pero yo era actriz y, como actriz que era, debía besar al hombre que había robado el corazón de la mujer a la que yo interpretaba y roto a la mujer que yo realmente era. Creía que era fuerte, que con todo podría. Pero era demasiado. Hacía una semana que se había despertado en sus brazos, se había acurrucado contra él y este le había susurrado palabras tiernas al oído. Hace una semana yo era feliz, creía que nada podría aguarme la fiesta. Y para encima me habían dado el papel de protagonista en una obra y mi deseado amante sería mi amado en ella. Estaba exultante de felicidad. Hasta que, un día, paseando por la calle, le vi almorzando con una preciosa mujer. Alta, delgada, rubia, elegante...la típica a la que adoraban las revistas de moda. Me miré en el reflejo de un portal. Estaba desaliñada, con unos vaqueros desgastados y un jersey ancho que me quedaba enorme. Unas botas de montaña cubrían mis pies, y de mi cabello mejor no hablar. Volví a mirar a la preciosa mujer, que se había levantado y en ese instante le estaba plantando un fogoso beso a mi amante en la boca. No pude aguantar más y me fui.

Y ahora estaba a punto de besarlo…Le besé, tal y como pedía el guión. Cuando acabé mis escenas, me di la vuelta sin mirarle y me dirigí a los vestidores. Llevaba un precioso vestido rosa ambientado en el siglo XVIII que me incitaba demasiado al romanticismo cuando no quería ni oír hablar de él. Él me interceptó y con una sonrisa falsa (ahora lo sabía), me preguntó que qué me pasaba con él.

-Podríamos quedar esta noche para cenar…- me propuso con segundas intenciones.

-Mira, lo del otro día fue una cosa puntual, ¿de acuerdo? No quiero nada más de ti, más que nada porque lo que quiero tú no me lo puedes dar. Seguro que encuentras lo de la otra noche en los brazos de cualquier otra mujer, por ejemplo, en los de la mujer con la que comías el otro día en Full- le expliqué seguidamente, me di la vuelta y me encerré en un armario.

Me senté en el suelo, aún con el vestido puesto y con el velo de la escena en la mano. Y di rienda suelta a mi dolor. Apoyé la cabeza en la pared y por fin pude desahogarme. Lágrimas rodaron por mis mejillas, silenciosas, como la opresión de mi corazón. Sólo había sido una noche y se sentía como si hubiera acabado con algo que durara años. No le gustaba que la tomasen por tonta y no le gustaba sentirse tonta y estúpida, tal y como se sentía en ese momento.

Una hora después abrieron el armario. Yo seguía allí, sentada en el suelo, con la cabeza apoyada en la pared y la cara húmeda. Era un actor secundario, uno con el que a veces se había cruzado y siempre tenía una palabra amable para ella. La cogió en cuello y la llevó hasta un saloncito vacío. Allí se sentó conmigo, me consoló, me acurruqué contra él y le murmuré mis desdichas amorosas. Tenía un buen corazón, era un buen compañero y ahora amigo.

No sabía que tres meses después iba a descubrir que era el hombre de mi vida.

1 comentarios:

Halrrik dijo...

muy bueno tu escrito tienes mucho talento ....
te agregare a mi lista de blogs para leerte mas seguido un beso

Halrrik