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sábado, 18 de octubre de 2008

Salto al vacío


En su interior el dolor, sufrimiento, rabia e impotencia amenazaban por salir. Estaba sola. En el cristal del ascensor veía su rostro reflejado. Su reflejo mostraba una mujer de cabellos color miel, unos ojos verdes y boca generosa. Ella sólo notaba una muchacha con un peinado correcto, con ojos llorosos y profundas ojeras. Cuando salió del ascensor quitó los zapatos y descalza caminó hasta la puerta del apartamento. Entró y dejó abierta la puerta. Le daba todo igual. Se aproximó a la ventana y vió que era una noche estrellada. Rió sin ganas. Quitó los pendientes de oro y la pulsera de rubíes. Abrió la ventana y las tiró. Ya no los iba necesitar. Se dió la vuelta y por última vez miró la habitación. Techos altos y blancos, puertas de roble, un mobiliario elegante y sombrío. No había rastro de su presencia ni siquiera allí. Bajó la cremallera del vestido y con cuidado lo puso encima del sillón malva que le había comprado su madre. En ropa interior se subió al borde de la ventana. Y allí de pie se sintió la reina del mundo. Bajo sus pies los coches circulaban a gran velocidad, la gente parecía motitas de polvo, la luz salía de los apartamentos vecinos. El mundo seguiría girando aunque ella no estuviera. Cerró los ojos y pensó cómo en los últimos meses todo había cambiado tanto y ala misma vez tan poco.
Su padre volvía a buscar la felicidad, que no le daba todo su dinero, en su cuarto matrimonio con una joven que podría ser su hija. Su madre por el día simulaba ser la mujer correcta que la buena sociedad reclama y cada noche compartía cama con un hombre distinto. Su hermana, la bella Adela, sería presentada en sociedad en unos días.
Isabel Suárez Blanco no veía sentido en su malgastada vida. Lo había tenido todo y al mismo tiempo nada.
Su primer novio le susurraba palabras bonitas en sus orejas mientras que a sus espaldas él retozaba con otra mujer. Trabaja holgadamente en la empresa familiar. Donde no le encargaban nada complicado para que su cabecita linda no se molestara.
Sus padres le allanaron el camino toda su vida. Pero mientras miraba hacia atrás en el tiempo vio que nunca vivió de verdad. Si tan solo una vez alguien le hubiera preguntado qué quería, qué deseaba su corazón, ella habría guardado en el fondo de su ser ese recuerdo.
La brisa movía sus cabellos. La noche era fría. Y decidió que ya era hora de hacer lo que ella quería. Por primera vez decidiría su destino. Cuando su pie derecho estaba suspendido en el aire vino a su mente la sonrisa amable de un joven. Sonreí. Ni siquiera él me recordaría.
Salte al vacío. No había túneles ni luces al final. Sólo oscuridad y silencio. Estaba en paz.

1 comentarios:

Andrea González dijo...

Genial, Gill.
Sigue escribiendo, guapa.
Un beso.
Dori.