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viernes, 17 de octubre de 2008

Un mal día


Él me había sonreído. El muy caradura me había sonreído después de decirme amablemente que ya no sentía nada por mí.
No podría decir exactamente lo que más me molestó de todo el asunto. Por un lado me mosqueaba que me hubiera dejado después de 7 meses juntos. Por otro lado me indignaba que después de una hora de cortar ya estuviera en brazos de otra. La verdad es que no me decidía por dónde empezar a mosquearme.
Cuando la sirena tocó me llevé un pequeño susto. Estaba tan inmersa en mi mundo que no me di cuenta que los 50 minutos que teníamos para hacer el examen ya habían terminado. Al bajar la vista al examen vi que apenas había escrito mi nombre. ¡Genial! Ahora un bonito suspenso.
Todos se levantaron de sus asientos, recogieron sus libros y mochila en mano dejaron el aula. Yo no podía moverme. Estaba segura que si me levantaba de mi pupitre las lágrimas acabarían por aparecer.
Y justo me dejaba cuando eran los exámenes finales. Mi cabeza era un remolino. Se mezclaban los Reyes Católicos, las matrices exponenciales y ÉL.
Me armé de valor y me levanté. Lentamente fui hasta el profesor y le entregué el examen. Con gran alivio reparé que el profesor ni siquiera miró el papel. Rauda y veloz salí de la clase. El pasillo estaba vacío.
Fui al baño y me coloqué en posición fetal. No lloré. Era incapaz de expresar alguna emoción. Cuando sentí los primeros síntomas de un buen lloriqueo cerré los ojos.
Durante media hora estuve quieta. Los sonidos eran confusos. Ruidos de pasos por el corredor, susurros de niñas soñando con su primer amor y los goteos de la vieja cisterna.
- Gill, si te quedas ahí toda la mañana te perderás la boda de Maximiliano y Laura María.
- Calla Dori. Ahora mismo no estoy de humor para tus chistes malos.
Ella no me abrazó. Sabía que eso no me ayudaría. Se sentó a mi lado y me cogió la mano.
Por fin pude llorar.

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