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viernes, 17 de octubre de 2008

.Prueba de amor.


Había cerrado el portátil de golpe, diciendole escuetamente a Gill que se iba a por un poco de paz. Estaba algo desesperada. Cogió el coche y se dirigió a ese lugar que tanto la relajaba. Fue pasando montañas, árboles, caminos, autopistas. Cruzó ese puente tan largo y tan alto. Y por fin llegó. Aparcó bajo la sombra de unos árboles y se bajó de su Peugeot 306. Estaba agobiada con sus estudios, no entendía nada, absolutamente nada y eso la frustraba; había discutido con su hermana, y luego para encima con su madre. Su abuela, su confesora, no estaba en casa y su mejor amiga estaba en época de exámenes y no le cogía el teléfono; por último, con el que estaba tonteando últimamente y le empezaba a gustar le había cerrado las puertas definitivamente, estaba con otra. Ese fue el momento en el que cerró el portátil. Pues bien, se encontraba allí, en uno de sus lugares preferidos, en una colina desde la que se veía un río que separaba dos comunidades. Bajando por un sendero se llegaba a una cala de piedras donde el agua era cristalina. Ese día el sol bañaba las aguas y a ella le apetecía meterse. No había traído ropa, pero se metió en sujetador y braga. A quien no le gustara, que no mirase.
Se adentró en el agua entera y buceó hasta quedarse sin respiración. Buceando así se sentía tan libre, llena de paz, como si no tuviera problemas. Cuando se cansó, volvió a la cala nadando y se puso a secar al sol. Una hora después, atardecía, y ella estaba apoyada en la barandilla de un puentecito desde el que se veían las vistas de todo el valle. Se sentía sola e incomprendida. El viento comenzaba a soplar y su cabello ondeaba ligeramente. Una mano se posó en su hombro de repente. Dio un respingo y miró hacia atrás. Por una fracción de segundo tuvo miedo de encontrarse a alguien peligroso, pero vio una cara que le resultaba conocida y que la miraba con comprensión. Una sonrisa pícara adornó la cara de su amiga Gill.
-Sí, Dori, he adivinado a dónde venías. Yo no tengo tan mala memoria como tú.
Sonreí por primera vez en ese día y volví a mirar el valle. Sentí como su brazo pasaba por mi espalda y apoyé mi cabeza sobre su hombro mientras finas lágrimas cubrían mis mejillas. Las dos estuvimos durante media hora contemplando el horizonte. No hacían falta palabras. Ni gestos. Sólo su presencia me reconfortaba y me daba a entender que no estaba sola. Cuando se hizo demasiado tarde, las dos caminamos juntas por el puente hasta nuestros coches. La miré significativamente y la abracé.
-Gracias- le susurré al oído. Y cuando me aparté de ella vi como asentía con la cabeza, como si diera por supuesto que a una amiga no se la deja tirada en ninguna situación, aún cuando tuvieras que conducir unos cuantos muchos de kilómetros. No me apetecía despedirme de ella, no quería, pero teníamos que volver a nuestras casas. Así que sonreímos las dos. Así de simple. Así de complejo.
-No sabía que había coches tan grandes como para alojar a un oso- dijo provocándome Gill, que me llamaba oso.
-Ni yo que los jabalís pudieseis conducir, entre las pezuñas y esos colmillos...- contesté con el mismo tono provocativo yo. Había pasado el triste momento de la despedida- Ya hablamos mañana.
-Sí, ya hablamos.
Y con un alegre silencio montamos en nuestros coches y regresamos a nuestra vida normal. Pero no volvía de la misma forma en que vine. Ese día tan oscuro había dejado entrar una luz al fondo. Una esperanza. Una sonrisa. Gill había entrado en mi oscuro día y me lo había iluminado un poquito. Le daba gracias por ello. La quería más por ello. Era una prueba de amistad. Era, al fin y al cabo, una prueba de amor.




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Espero que te guste, Gill.


Queda OFICIALMENTE inaugurado nuestro blog común. =)


Un besito.

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