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martes, 21 de octubre de 2008

Nadie es inmune al dolor.


Le observo y sé que guarda algo para sí. Es arrogante, autoritario, contestatario, maleducado e irónico. Pero me tiene cautivada. Ahora mismo, por ejemplo, mira a su paciente con los brazos cruzados. Hace unos minutos le ha explicado fríamente que tiene pocas posibilidades de vivir, y muchas de morir. A mí me entran ganas de golpearle por su frialdad, pero es buen cirujano. El mejor yo diría. El paciente se le queda mirando, absorto, con los ojos humedecidos, mientras mira a sus padres, a los cuales se les ha encogido el corazón, como a mí. Él parece imperturbable, como si no le importara. Pero cuando entra en el quirófano gasta hasta su última gota de sudor y energía, exprime al máximo sus conocimientos y habilidades, para no perder a su paciente. Y cuando pierde a uno, lo veo en sus ojos, veo la tristeza, la desolación…aunque él trate de ocultarlo.

Esta tarde ha perdido a un paciente. Su novia, sus amigos y sus padres esperaban para recoger las noticias de éxito o fracaso y, cuando les dio la mala noticia, todos se derrumbaron. Era alguien querido y pocos cirujanos van con tanto aplomo y tan directamente a decir lo que deben: la verdad. Pero él va, lo dice, les expresa sus condolencias y se marcha, dejando a los familiares destrozados. En su cara no se vislumbra ni rastro de sentimiento alguno. Y me preocupa. No debería, pero es así.

-Juan, ¿estás bien?- le pregunto preocupada y llamándole por su nombre de pila, aunque sé que no le gusta que le quite el término “doctor”.

-Estoy como siempre, doctora Miel, y ahora, por favor, te agradecería que te ocuparas de tus pacientes y no de mí, que estoy perfectamente- siguió andando pasando de largo, se paró y dijo por último:- Ah, y no olvides llamarme doctor Torres.

No estaba segura de si quería pegarle, tirarle un jarrón a la cabeza, llorar, gritar o simplemente corresponderle en su indiferencia. Decidí hacer esto último. Transcurrió el día normal, aunque al final estaba un poco cansada, había dormido poco. Al final de su día se vistió y salió del hospital con ganas. Vio que Juan giraba una esquina y un extraño impulso le hizo seguirle. Y así lo hizo. Cuando ya estaba un poco cansada de merodear por las afueras de la ciudad, vio que se sentaba en el banco de un parque solitario. Juan apoyó la cabeza en las manos y así estuvo un buen rato. Me senté con él, que ni se inmutó, parecía como si supiera que le había seguido. Observé que estaba temblando y entonces quitó las manos y pude ver sus lágrimas. Me quedé sorprendida y no supe qué hacer. Entonces, Juan se apoyó en mi hombro y me abrazó. Por muy atractivo que fuese, sólo sentí ganas de reconfortarle. Le abracé. Él dejó de llorar y se apartó.

-¿Por qué estás aquí, Isabel?- me preguntó con voz ronca.

-Estaba preocupada…

-¡Maldita sea! Te dije que estaba bien. ¿Por qué no me dejas en paz, Isabel?- la agarró por los hombros- Estaba bien hasta que me preguntaste. Entonces me pregunté a mí mismo cómo estaba. Ese fue mi error.

-Juan, yo…

-No digas nada. Me alegro de que vinieras. Me alegro de que estés ahí. Siempre- se acercó a ella, le enmarcó la cara y la besó- Perdóname por ser como soy.

-Por algo eres así, y aunque me cueste entenderlo, Juan, te quiero tal y como eres.

-Y yo te quiero a ti por eso, mi dulce Isabel.

Juntos, de la mano, fueron a la casa de él. Allí durmieron juntos, abrazados. Juan por fin abrió su herido corazón y dejó que Isabel le consolara. Era cuestión de confiar. Tarde o temprano necesitas a alguien en quien confiar, alguien a quien contar tus penas, tus sentimientos…porque todo el mundo tiene sentimientos, todo el mundo tiene penas. Nadie es inmune al dolor.

3 comentarios:

Dácil González dijo...

Eres una máquina Andrea!!! Me ha gustado mucho.

Dácil González dijo...

Os ha tocado lo del reto también XD. Ya sabeis, pasaros por mi blog para conocer las regalas (aunque ya las conoceis) (K)(K).

Halrrik dijo...

Tienes talento de que lo tienes lo tienes se nota precioso :)